Sunday, September 03, 2006

La batalla de David y Goliat

La gordura es mi Goliat. Hace unos años atrás, alguien tuvo el atrevimiento de decirme: “Es una pena que seas tan gordita, porque tienes una cara preciosa.” Y bien si todo el mundo sabe que las palabras no matan, a mi éstas me cortaron por la mitad. Desde bien pequeña, siempre fui más ‘grandecita’ que mis compañeros escolares. Para ser sincera, pesando 183 libras a mis 14 años, yo siempre fui *significativamente* más grandecita que el resto, algo que le dio la oportunidad a muchos de convertirme en la mofa diaria, y a la misma vez hacer pedazos mi autoestima.

Al graduarme de escuela superior, bajé de peso. No sé de donde salió el empuje, pero lo logré. Me tomó tres meses de horas largas en el gimnasio, innumerables viajes al parque central, cientos de vueltas a la piscina y una dieta de pececito para bajar 45 libras. Por muchos años –casi diez- pude mantenerme, pero todo cambió cuando me casé por primera vez. Dos años más tarde, y un divorcio que duro casi una eternidad, las libras empezaron a darse la vueltita hasta tomar refugio en mi trasero. Maldita sea la hora en que di gracias por mi trasero, porque ahora llevaba la carga de dos… quince libras en cada nalga. Tras despojarme del paquete de mi ex-marido- una pena que no pude quitarme su peso en libras- pude también despojarme de 20 libras con la dieta magnífica del Dr.Atkins. Es un verdadero milagro porque yo no como carnes rojas ni cerdo, así que estuve tres meses a pollo, pavo y pescado. Cuando Ares llegó a mi vida, encontré que uno de sus pasatiempos favoritos era cocinar, así que me despedí del Dr. Atkins, y las 20 libras regresaron… acompañadas de una cuantas más.

Poco después de conocer a Ares, recibimos la noticia de que Eros venía de camino. Casi se me cae la cara de vergüenza cuando el médico me pesó por primera vez a mis 6 semanas de embarazo, y la báscula marcó 182 libras. Todo cambió en ese momento, me visualicé vagueando por la casa, viviendo eternamente en ‘sweat pants’ y camisetas, porque pensé que si llegaba a las 200 libras al final de mi embarazo, nunca podría tener el ánimo de pelear otra batalla contra este gigante malvado. Con mucho cuidado solo engordé 14 libras, y justo cuando logré deshacerme de éstas, nos enteramos de que ya venía de camino nuestra bella Armonía… y con ella doce libras más.

Ahora tengo la hormiguita por dentro otra vez… o quizás ya me cansé de no poder respirar profundamente cuando subo las escaleras… o quizás ya me disgusta el reflejo en el espejo… o quizás es el saber que mi enorme trasero ya no cabe en tres cuartas partes de la ropa en mi armario. Cualquiera que sea la razón, es siempre bienvenida. Ya he bajado las doce de mi segundo embarazo… y diez más. He dejado los dulces, los carbohidratos, y hoy comencé mi rutina de ejercicios. Espero esta vez poder aniquilar a mi Goliat. Aunque se muy bien que mi batalla será eterna, siento que este capitulo es mío para escribir.

Nadie ni nada podrá detenerme, quien único se interpone entre mis metas y yo… soy yo.