Sunday, April 15, 2007

A correr se ha dicho

Mi vida es una carrera constante. Un caos total.

De mi hogar salgo a la hora mas absurda, en mi disfraz de profesional, taza de té en mano. Ya de camino a la autopista veo cientos de vacas en los pastizales todavía durmiendo: ‘Cabronas, si no fuera porque sé que terminarán en el plato de alguien la semana que viene, cubiertas en salsa de barbacoa, me moriría de envidia.” No, no soy mañanera. Nunca lo he sido. Y aunque me llena de felicidad ver el amanecer, prefiero hacerlo desde la comodidad de mi colchón.

Peleo con el tráfico por hora y media para recorrer las 34 millas que existen entre mi hogar y mi oficina. Auto tras auto, en filas, como hormigas. La gente se enfurece por que el del frente no se mueve. ¿Por que será que la gente se apura para llegar al trabajo, cuando los odian tanto? Paso por otro peaje. Me está costando un dineral este ir y venir, pero no me quejo, me pagan bien en mi nuevo empleo. ¡Y pensar que puedo ver nuestro viejo apartamento desde la ventana de mi oficina! Mi auto marca veinte millas por hora, pero el reloj va a ochenta. Debo llegar temprano para conseguir estacionamiento: “Hay días en que sería mas fácil canonizar a Pedro Roselló que conseguir estacionamiento.”

Durante el tapón, pienso en mis hijos. Los llamo, pero aun duermen. Ares me pregunta si me gusta el té que me preparó, pero no he podido probarlo aun. Me da miedo a que se me derrame sobre el ajuar nuevo en el que tuve que invertir para trabajar en el mundo corporativo americano. Me consta lo que la palabra ‘inversión’ implica. Sin embargo, en un mundo donde la imagen precede la inteligencia, un ajuar impecable es a veces la diferencia entre quienes tienen oportunidades de crecimiento y quienes se quedan atrás. Una inversión, punto.

Sigo conversando con Ares. Con mi nuevo ‘horario’, ya casi no tenemos tiempo para compartir. El intenta preparar a los chicos mientras conversa. Se escuchan los lloriqueos de mi hijo quien, al igual que su madre, no es mañanero. Mi hija canta y ríe. Me da pena que mis hijos ahora pasan sus días en casa de su abuela, pero algo me dice que cuente mis bendiciones. La alternativa nos costaría $400 por semana y mil dolores de cabeza descifrando quien podrá llegar a tiempo a recogerlos diariamente. Aun así, la hora y media de viaje para llevarlos y recogerlos significa que no llegaré a mi casa hasta después de las nueve de la noche. Y ésto solo si salgo de mi trabajo a las 5:30, algo que ha sucedido solo una vez. Este tren ya me ha costado casi diez libras.

Llego a mi oficina. Me gusta mi trabajo, por ende, las horas se me van volando. Existe una energía increíble y contagiosa. Mi jefa es boricua, graduada de la academia María Reina en San Juan; yo de otra escuela privada muy cerca a la de ella. ¿Qué pequeño es el mundo, no? Es también una de siete Partners, y la única mujer. Cuando me contrató me puso el nombre de ‘Mini Me’. Ella no lo sabe, pero es mi inspiración. Flotan comentarios en la oficina de mi excelente labor. Esto me ha ganado el respeto de mis superiores y la envidia de algunos de mis colegas. Con una sonrisa, mi jefe inmediato me dice: ‘Por fín, encontraron a álguien que sabe lo que está haciendo.” Es un hombre joven, a quien le gusta coquetear, pero se que lo dice con toda sinceridad. A quienes aun no conozco, ya me llaman por mi nombre. Hace dos semanas, me dieron la oportunidad de manejar a otro empleado y, hasta hoy, he podido delegar el trabajo exitosamente. Las invitaciones sociales de quienes dirigen la compañía, no se han hecho esperar, y las oportunidades profesionales que se presentaron en tales eventos no solo me incluyeron a mi, pero también a Ares en su capacidad de negociante. Tengo nombre, reconocimiento, y sobre mi escritorio, fotos de quienes me impulsan a diario a dar lo mejor de mi.

Y, sí, la carrera me deja exhausta cuando llega el viernes. Mi casa, en total caos, parece que fue invadida por un tornado. Ahora lo que hacía a diario; las tareas del hogar, los pañales y las canciones de Sesame Street, son cosas que llenan mis fines de semana. Tengo cajas y cajas en el garaje que todavía no se han abierto. La casa está sucia y a medio pintar. La grama crece, los carros no se han lavado, y no se ni dónde se esconden mis gatos ya. Quien me conoce sabe lo irritante que este caos es para mi, pero la felicidad de saber que puedo proveerle a mis hijos un mejor futuro, vale cualquier sacrificio.