Saturday, March 10, 2007

El que se ahoga es porque quiere


Según las últimas estadísticas, la tasa de divorcio en Estados Unidos ha incrementado al 60%. En palabras más sencillas: de cada 10 parejas que conozco, 6 terminarán en la corte destruyendo lo que, con tanto amor y esfuerzo, han construído. Quedo al borde de mi asiento en total ansiedad pensando a quien le tocará vivir semejante pesadilla antes de abrir el champán para despedir el 2007.

Quien ha navegado por esos mares sabe que la realidad del divorcio en nada se asemeja a lo que proponen las películas, con sus situaciones idílicas de exes compartiendo plenamente en una barra, Martini en mano, charlando sobre noches de sexo y sudor entre las sabanas de sus nuevas conquistas. Hijos alegres, compartiendo en familia con padres y padrastros. Quien ha tenido que aferrarse a ese barquito de papel -sin salvavidas ni remos- para no ahogarse en el oleaje de esa tempestad sabe que, no importa donde termine naufragando, para poder enfrentar tal caos hay que tener un plan firme. Si se es victima del adulterio, entonces ese mar se enfrenta una sola vez, con valentía. De esa experiencia se aprende y nunca se regresa. Ahora, y no por ser vengativa, entiendo que de ser uno quien provoca tal caos, las consecuencias por venir son, en la mayoría de los casos, bien merecidas.

Hace un mes, alguien más echo a alta mar. Sin pensarlo dos veces ni preparar un plan de contingencia, montó su barquito y se echó a la deriva. Así, un día como cualquier otro, montó a su hija de 3 años en su auto y regresó a Dallas, a vivir en casa de su padre, lejos de su hijo y su esposo. Su marea es alta, pero serán sus niños quienes tendrán que ser salvados del naufragio por venir. Ares y yo nos encontramos ahora en medio de una tempestad impuesta por su prima quien, por estar envuelta en amoríos con su jefe, ha abandonado a su familia, y quien, en un abrir y cerrar de ojos, podría perderlo todo. Mientras ella se ama con un hombre que abusa de sus hijos, su ex marido continúa buscando desesperadamente la forma de salvar lo poco que queda de su matrimonio, sin darse cuenta de que ese barco ya había salido del puerto meses antes de la despedida formal.

Ahora ella busca ayuda nuestra. La corte estipula que ella ha de ver a su hijo, quien reside con su padre en Houston, una vez al mes. Para poder hacerlo, tendré que acompañarla yo a buscarlo y tendré que darles refugio en mi hogar a ella y a sus dos críos por el fin de semana completo. Quien conoce mi vida sabe que no existe el tiempo para esto. Me niego rotundamente a hacerlo. Me niego porque, al no conocer bien al ex marido, temo por la seguridad de mi familia. Me niego por mi seguridad. Me niego porque nunca me preguntó si yo quería velas en ese entierro. Me niego, y no por malicia ni vagancia, porque no es mi problema para resolver. Intenté en muchas ocasiones explicarle lo delicado del proceso. Inclusive, durante uno de sus ya muchos viajes a Houston para asistir a corte, le sugerí visitara a su hijo a quien no veía hacía semanas. Sin embargo, ella decidió que era más importante retornar al regazo de su amante, quien la esperaba en la habitación de hotel que compartieron juntos la noche anterior. Entonces ahora, por hacer caso omiso a lo correcto, ¿por qué ha de tocarme a mí el cargar con el peso su vida?

Aun así, me siento culpable de no apoyarla. ¿Ustedes, que piensan?